martes, 5 de agosto de 2008

Carpatazo limpio


Hoy quisiera hablar de las carpas. Y no me refiero al pez elegante que cuando abre la boca pierde toda la elegancia, no. De todas formas, eso también les pasa a muchos humanos. Me refiero a la moda de las carpas de verano, las mismas discotecas de todo el año, pero con mucha más gente y mucho más caras. Como son al aire libre, pagas también por el aire que consumes, aunque que sea un chupito de CO2 (Cuantró con Orujo con dos pajitas). También pagas por ver las estrellas, imagino. Y no me refiero a las que hay en el cielo, sino a las que ves cuando pides un cubata y te devuelven un garrafón vestido de vaso de plástico. Aún así, cada año caemos en el mismo error. Queremos salir de marcha y hay que buscar un sitio fresquito, donde apetezca bailar. Esto es, las carpas.

Hasta ahí, todo parece correcto, pero sólo lo parece. ¿Sitio fresquito? ¿Refrescante? No conozco un sitio donde una noche de verano se pase más calor que en unas carpas. ¿Os habéis preguntado alguna vez cuanta gente cabe en una carpa? ¡No hay respuesta! Es infinito, infinito. Porque, vamos a ver. Le dicen “las carpas”, pero no pasan de chiringuito playero de noche de san Juan. Hay tres carpas te dicen. Sí, realmente hay tres. Tres cuchitriles con una almohada blanca que albergan unas 200 personas en su interior, y 2000 más a su alrededor. Y ese es el gran problema de estos sitios. La gente se va acumulando y acumulando, entras a la una de la mañana en una carpa de Mataró y a las tres ya estás en la misma carpa pero en Andorra.

Porque si hay una misión imposible en una carpa es no ir perdiendo a los integrantes del grupo. Es como la típica peli de terror adolescente, que empiezan doce y acaban tres. El chico guapo, la tía tetuda y el negro. ¿Por qué el negro nunca muere en una peli de terror? ¿Tienen miedo de que les tilden de racistas? Pues en las carpas igual. Entráis ocho y acabáis dos, curiosamente los dos que más bebéis. La gente se va perdiendo. “Voy a la carpa house, ahora vengo”. ¡Mentira! Ya no vuelven. “Voy al lavabo, ahora vengo”. No, no vienes, admítelo, no vendrán. “Voy a ligar con unas peazo pibas que he visto en las carpas de al lado”. Ummm, estos sí que volverán.

En el caso único y excepcional que todos los componentes del grupo lleguen juntos a una misma carpa entra en escena el efecto música. Vas a una, y la música les gusta a todos menos a ti. Propones cambiar y te hacen caso. Llegas a otra y la música te gusta sólo a ti y todos te miran con esa cara de, “qué bien me lo estoy pasando, una más así y me largo a casa”. Total, que vuelves a cambiar. Y así toda la noche. Resultado final: has escuchado diez veces A dios le pido de Juanes, ocho veces el samba de Janeiro y otras ocho el Aquí no hay playa. Nada más, el resto de las canciones las has perdido entre los viajes al lavabo y los cambios de carpas. Y luego hay otras dos horas que no las he contado y que son las que pasas delante de la barra intentando pedir. Y digo intentando porque es otra de las misiones imposibles del verano.

¿Habéis ido a pedir alguna vez a una carpa? Resulta que el camarero o camarera de turno conoce a todo Dios. A todo Dios menos a ti, claro. Y va saludando a gente, ahora los de mi curro, los de mi escuela, mis antiguos novios, mis antiguos líos, mis antiguos profesores…Y tu ahí con una cara de tonto que se acentúa cuando ves que todas las bebidas son gratis menos las que pagas tu, que por no ser coleguilla acabas desembolsando y lamiendo algo que no es ni martini ni limón. Pero a ver quién es el guapo que vuelve a decirle que se han equivocado. Por aquel entonces ya va por sus ex alumnos de colonias, sus amigos de psicología y los polis que luego le quitan las multas.

Total, que vuelves con tus colegas. Cómo hace calor han decidido ponerse en el exterior de la carpa, justo en el sitio que confluyen las tres músicas de las tres carpas que hay en el recinto. Y acabas bailando como un auténtico mentecato. Las manos las mueves hacia arriba silbando el último hit dance, la cadera baila lo último de Bisbal mientras que las piernas se mueven con los Beach boys. Total, acabas desquiciado. ¡Y cuando lo piensas recuerdas que no te gustaba ninguna de las tres canciones! Pero es igual, tu estás ahí aguantando el tirón. El tirón que te da con el patético baile que estás marcando.

Así que decides retirarte a esa hora en que los más jóvenes entran al recinto, que era lo que tu hacías dos años antes. “Me estoy haciendo mayor”, piensas. Quizá sí. Bueno, sin el quizá, te estás haciendo mayor. Porque cuando eres joven te da igual el calor, los cubatas que te echan por encima, los empujones, la música, que llueva, que te pidan 4.000 cigarros o que tarden tres horas en servirte una copa. Te da igual porque es sábado y porque llevas una dosis etílica que te hace ser feliz. Pero amigos, la felicidad NO es un estado permanente, y de eso también te acabas dando cuenta cuando el domingo tu cabeza parece el auditorio de un concierto de Manolo el del Bombo. Antes, incluso eso te daba igual. Ahora, acabas haciendo carpatazo limpio. Hasta el próximo verano claro, por algo somos la única especie que tropezamos dos veces…con la misma carpa. ¡Ya lo decía Carpanta!

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